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Identidad y metáfora en Nietzsche: Wir Heimatlosen (Nosotros los apátridas)


Nosotros, los apátridas […], somos “buenos europeos”, los herederos de Europa, los ricos y colmados; pero también sobreabundantemente obligados herederos de milenios del espíritu europeo.


No sé si empezar a encaminar este escrito hacia la línea concreta de la problemática del perspectivismo que hemos ido abordando en nuestras clases o, simple y llanamente, hablar con franca naturaleza del carácter general que imprimió este gran hombre a lo largo de toda su obra.

Salvando ciertos matices de sus últimos y más virtuosamente viscerales escritos, Nietzsche se nos presenta como el gran cosmopolita errante, que se niega a ser víctima de la producción agropecuaria de una petrificante y aniquiladora patria o una nación. Él, como buen viajero de sí mismo, es hijo de un lugar y tradición concretos, mas no ha de agotarse en ello la identidad y la constitución de cada hombre. Sólo aquellos que temen al abismo, a la nada que se revela tras el desenmascaramiento de la tradición y la norma, serán quienes balen al son de pútridos cantos de muerte. Como le dijo el Poeta a la Muerte en El lado oscuro del corazón: …y se demostraría que un bolero es mucho más importante para la historia de la humanidad que la Marsellesa, la Internacional y todos esos himnos con los que bailaste hasta ahora (63:16). El hombre debe ser el poeta de sí mismo, ha de cotejar constantemente el mundo que siente y vive y el mundo que auto-ajusta en su perpetua mentira racional. Sólo mirando en el abismo de esta pútrida nada ideológica que erigió la lúcida Europa podremos superar el inquisitorial designio autoproclamado del configurador de la realidad única y universal. Sólo así veremos que este falso poder no es condición esencial de nuestro papel como sabios europeos, directores de la Razón y, así, descubriremos el inmenso vacío vital que impregnan estas razones “de estado” por doquiera que el idealismo, la religiosidad y la democratización de valores hayan cabalgado estos esclavos de Atila. Así nos dice en su Zaratustra cuando habla de los apóstatas:

Ay ¿ya está marchito y gris todo lo que hace un momento estaba aún verde y multicolor en este prado? ¡Y cuánta miel de esperanza he extraído yo de ahí para llevarla a mis colmenas!


Estamos embarazados de múltiples raíces, demasiado diversos y mezclados y, por consiguiente, nada debe el caminante “cruzador de puentes” a un guía que organice y determine la unidad de un espíritu nacional, el “sentido de un pueblo”. No debemos nada ya a los grandes ídolos. Quien cree en Dios es porque aún se tiene miedo a sí mismo; y del dios al führer, en este sentido, no se da más que un líquido y escurridizo pestañeo.

En la felicidad y la jovialidad el hombre puede re-conocerse. Nunca en la disputa de identidades impropias a la que conduce el reconocimiento (y siento la redundancia) racial o nacional. Sólo destruyendo el cosmos y pariendo al caos que alimenta nuestros latidos encontraremos al hombre en su más auténtica integridad: como ser sensible y sintiente, consciente de la tragedia de un destino inexistente que se desvela en la creación de un nuevo camino: su camino, creado como dios, como artista que él es.


El sí oculto en vosotros es más fuerte que todos los no o acasos de que padecéis con vuestro tiempo.


Sólo en un eterno puede el hombre ser poeta de sí mismo, creador de una palabra que no se momifica en la Verdad, sino que emana y regala vida con cada metáfora, con cada verdad.





 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

           
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