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texto 1 Manuel Tuñón de Lara / Estudios sobre el siglo xix español /enero 1972 / ed. Siglo xxi de españa / Madrid / p.48 2 Esbozo de estructura social La más leve ojeada sobre la producción y sobre la distribución geográfica nos enseña el predominio aplastante de la población rural y del sector agrario. Sabido es que la desamortización no consiguió la división de los grandes fundos rurales, de tal modo que la vieja propiedad de la nobleza y de la iglesia fue sustituida por la nueva gran propiedad de la NUEVA gran propiedad que representa una transferencia de lo fundos de propiedad eclesiástica a propietartios que no son ya nobles, sino enriquecidos, que entran a formar parte de la clase terrateniente. Además, la supresión de mayorazgos favorece la transferencia de propiedades de hidalgos hacia ese nuevo tipo de gran propieterio. La cúspide de la sociedad está formada por la gran propiedad agraria, noble o no; el fenómeno interesante ( institucional e ideológico ) es que la nobleza conservará la hegemonía, consiguiendo integrar en su sistema a los nuevos grandes propietarios, así como a los jefes militares que habían salido de las clases medias.
texto 2 Luis Gasulla / Culminación de montoya / feb 1975 / ed. Destino / Barcelona / p.-- Una hora después llegaron a la cabaña del puestero. Apenas si el rápido crepúsculo les permitió encender una luz. Luego la soledad los encerró entre las cuatro paredes. Cubrieron parte del piso de tablas con mantas y ponchos y se durmieron en seguida. El sueño los sumergió en un pozo de silencio y olvido. Afuera la luna helada e impasible esfumó la casa, la senda y el contorno del bosque. Atraídos por el sutil olor de los cuerpos, una pareja de ciervos rojos y una desconfiada comadreja enana rondaron expectantes por los alrededores y se alejaron finalmente haciendo crujir las hojas caídas. Entre los matorrales de caña colihue los sigilosos zorros y hurones rivalizaron en busca de alimento. Pero también concluyeron por esconderse en sus madrigueras, y una gran paz reinó sobre las márgenes del lago Lolog. Y, sin embargo, todavía formas vivientes se movían en la oscuridad, obedeciendo al instinto o al hambre. Rojas arañas avanzaban hacia los nidos de los cuervos, escalando las altas ramas de los colihues, en procura de los insectos que se fecundan al calor de los pichones y sus excrementos. Lagartijas y culebras escudriñaban los pastos en busca de huevos. Y dentro del corazón de los árboles, una pululación de seres larvales, ciegos e infatigables, mordían, serraban y pulverizaban la madera, enfermándola hasta morir. Círculos y esferas, desde el universo ilimitado hasta el microorganismo invisible para el ojo humano, galaxias y magmas, se encerraban en sus límites, naciendo o muriendo sin cesar. - --------
texto 3José Hierro / Libro de las alucinaciones / ed. Cátedra / 1986 – 2003 / Madrid 1 Teoría
La poesía es como el viento, 14
o como el fuego, o como el mar. 15
Hace vibrar árboles, ropas,
abrasa espigas, hojas secas,
acuna en su oleaje los objetos
que duermen en la playa.
La poesía es como el viento,
o como el fuego, o como el mar:
da apariencia de vida
a lo inmóvil, a lo paralizado.
Y el leño que arde,
las conchas que las olas traen o llevan, 25
el papel que arrebata el viento,
destellan una vida momentánea
entre dos inmovilidades.
texto 4 Marco Denevi / Falsificaciones / ed. Thule / 1993 No hay que complicar la felicidad
[Sentados bajo los árboles]
ÉL: Te amo.
ELLA: Te amo.
[él se pone violentamente de pie]
ÉL: ¡Basta! Siempre lo mismo. ¿Por qué cuando te digo que te amo no contestas que amas a otro?
ELLA: ¿A qué otro?
ÉL: A nadie. Pero lo dices para que yo tenga celos. Los celos alimentan el amor. Despojado de ese estímulo, el amor languidece. Nuestra felicidad es demasiado simple, demasiado monótona. Hay que complicarla un poco. ¿Comprendes?
ELLA: No quería confesártelo porque pensé que sufrirías. Pero lo has adivinado.
ÉL: ¿Qué es lo que adiviné?
[ella se levanta, se aleja unos pasos]
ELLA: Que amo a otro.
ÉL: Lo dices para complacerme. Porque yo te lo pedí.
ELLA: No. Amo a otro.
ÉL: ¿A que otro?
ELLA: No lo conoces.
[silencio, él tiene una expresión sombría]
ÉL: Entonces ¿Es verdad?
ELLA [dulcemente]: Sí, es verdad.
ÉL [enfurecido]: Siento celos, no finjo. ¡Créeme! Me gustaría matar a ese otro.
ELLA [dulcemente, señalando con el dedo]: Está allí.
ÉL: Iré en su busca.
ELLA: Cuidado, quiere matarte.
ÉL: No le tengo miedo.
[él desaparece, ella se ríe]
ELLA: ¡Qué niños son los hombres! Para ellos hasta el amor es un juego.
[se oye el disparo de un revólver, ella deja de reír]
Juan [silencio] Juaaan [silencio] JUAAAANNNN!!
texto 5 Jorge Luis Borges El Aleph / 1949 ed. ¿?¿? Los dos reyes y los dos laberintos
Cuentan los hombres dignos de fe (pero Alá sabe más) que en los primeros días hubo un rey de las islas de Babilonia que congregó a sus arquitectos y magos y les mandó a construir un laberinto tan perplejo y sutil que los varones más prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdían. Esa obra era un escándalo, porque la confusión y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a su corte un rey de los árabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su huésped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vagó afrentado y confundido hasta la declinación de la tarde. Entonces imploró socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que él en Arabia tenía otro laberinto y que, si Dios era servido, se lo daría a conocer algún día. Luego regresó a Arabia, juntó sus capitanes y sus alcaides y estragó los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derribo sus castillos, rompió sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarró encima de un camello veloz y lo llevó al desierto. Cabalgaron tres días, y le dijo: “Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo!, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso.” Luego le desató las ligaduras y lo abandonó en la mitad del desierto, donde murió de hambre y de sed. La gloria sea con aquel que no muere.
texto 6 Joaquín CostaDiscurso publicado en Manuel Tuñón de Lara ; España: La quiebra de 1998 ; ed. Sarpe ; 1986 ; Madrid
ANEXOS -
el regeneracionismo
discurso de Joaquín Costa en el teatro circo de Zaragoza, la noche del 15 de febrero de 1899.
El orador principia su oración aludiendo a la regeneración de España. " Aún hay esoeranza porque los políticos comienzan a sentirse inferiores al pueblo heroico, sufrido, especie de Cristo, condenado a sufrir las culpas de aquellos.
Así lo dijeron Pidal y Silvela en la asociación de la prensa de Madrid, reconociendo pecadoras a las clases directoras. Después Moret proclamaba que la policía mataba el país.
Aquí, en Zaragoza, donde a estacazos se hace justicia contra los que cambian los billetes apresurando la bancarrota, aquí nació, a gritos de las mujeres, el servicio obligatorio." "Aquí se retrata el ser entero de Zaragoza que ha sido y es alma de la regeneración.
Que despejen los políticos, que se retiren para que gobiernen los anónimos, el pueblo, los sanos. Esto es tanto más necesario, cuanto que a nuestra independenciatienen puesto el cerco más estrecho villanos políticos. Estos han vivido fuera del ambiente del país, pues viven en el invierno y en verano en el extranjero.
A los políticos les persiguen millares de madres que han perdido sus hijos en Cuba, llamándoles ¡asesinos!, ¡asesinos!
El ebro es el río de las grandes canalizaciones; tiene cuatro canales construidos, siete en proyecto o en construcción. Esta vega no ha surgido por obra de la naturaleza, sino por obra de los aragoneses. Madrid ha levantado una estatua a Cervantes; Zaragoza a Pignatelli. El primer estadista de España, el conde de Aranda, que era aragonés y jefe de un partido, fue un político de acción muy poco hablador. No podemos regenerarnos sino con gobiernos y parlamentarios silenciosos. Yo aborrezco los almendros, por lo que se parecen a los políticos. Prometen fruto espléndido y todo queda en flor, y además hacen sombra a los viñedos. Así como el pueblo arranca los almendros cuando las viñas producen, así hay que arrancar tantos empedernidos políticos. Pero España ha de decidirse a hacerlo; no ha de contenterse con el deseo, acabar con los retóricos, no imitando el ejemplo del baturro de Ricla, para el que todo eran inconvenientes.
España postrada, permitiendo el ejército de repatriador, parécese a Cristo que consiente en la muerte y después impreca a su padre porque la ha abandonado.
Zaragoza ha conservado la costumbre de asociar la poesía popular a las desgracias de la patria. En cambio, la Marcha de Cádiz ha sido el himno de la masa “hajalatera” de los que se quedaban, de los que no iban a la guerra. Y la jota será seria, honrada, la que se canta al trabajar, la que impulsa el arado, el himno de la regeneración.
Abandonada España del cielo, de Europa, de sus gobernantes, no cumplirá como bueno el político que en el poder o en la oposición se acuerde de su persona sin preocuparse de los quince millones de obreros, labriegos, mineros, viudas, repatriados.
En Cuba han muerto docenas de miles, ochenta mil quizá, donde se falsificaban las medicines, morían como perros en los basureros. No solo en Cuba, en lampenínsula mueren miles de criaturas de inanición, de hambre, por abandono, crimen de Diputaciones provinciales.Esos niños son la imagen de la España hambienta, en andrajos, especie de madre desolada después de haberle crucificado a la hijo, Cuba, Filipinas. Valdría más ser de Francia o de Inglaterra que continuar así.
Los políticos han desaparecido en el deshonor, sin dejar otro rastro que lagunas de sangre. La polñitica nueva es de piedad efusiva y con entraña evangélica, y no cabe, por lo tanto, dentro de los partidos. Por eso la cámara de Barbastro ha pensado aplicar tales principios nuevos al gobierno de la patria.
Recuerdo que Sagasta ofreció no ha mucho presentar proyectos de regeneración, y no ha cumplido nada. Ha engañado nuevamente al país, pareciéndose en esto a los reyes magos que siempre se anuncian y nunca llegan.
Los políticos hipócritas nos engañan poniéndonos las urnas del sufragio por espejuelo. Aquel
texto 7 Ellen Kuzwayo p.113 a 116 / Incluido en Siéntate y escucha ; Madrid / ( 1990 ) 1997 ; ed. horas y HORASElegir un sombrero para un marido John nació en septiembre de 1938 en Troyville, Johanesburgo, en el cuarto trasero del patio de la casa en que vivía un renombrado misionero, Ray Phelps, donde sus padres estaban empleados en el servicio doméstico.
Tanto Ray Phelps como su mujer, Dora, procedían de Illinois, Estados Unidos, pero hacía ya mucho tiempo que estaban en Sudáfrica y que trabajaban arduamente contribuyendo en gran medida a mejorar las condiciones de vida de los negros.
Desde un primer momento Ray y Dora introdujeron a John en su casa y lo educaron como si de su propio hijo se tratara. La madre de John tenía libertad para criar a su hijo en los sanos alrededores del edificio central puesto que , en contraste con la mayoría de los patrones blancos, el misionero y su mujer no permitieron que el niño se criara en el cuarto trastero del patio asignado a sus padres como dormitorio, sino que tanto las comidas como los momentos de ocio se disfrutaban en las dependencias de la casa principal, a la par que la familia Phelps.
El padre de John, Daniel, era un hombre mañoso que se dedicaba a hacer inmumerables trabajos alrededor de la casa y que también colaboraba en el Bantu Men`s Social Center, un centro recreativo para hombres negros o pertenecientes a otros grupos no considerados blancos. El Dr. Phelps llevaba a cabo muchos programas de beneficencia y actividades recreativas dirigidos a los menos afortunados que vivían en los aledaños de Johanesburgo. Él y su mujer fueron también fundadores y directores de la Jan Hofmeyr School of Social Work, la primera escuela superios de asistencia social que se puso en marcha en el país, dirigida a alumnos procedentes de las comunidades negras. Daniel era un valioso empleado de aquel centro y él obviamente trabajaba muy a gusto en aquel lugar. Su hijo John siempre guardó un buen recuerdo de los días felices que vivió allí en compañía de sus padres y de la familia del Dr. Phelps.
Cuando John era aún un niño que aprendía a leer y escribir, el misionero solía darle libros sencillos para que leyera durante el día cuando había de quedarse a solas con su madre, dándole estrictas órdenes de que por la tarde, cuando la familia regresaba a casa de sus ocupaciones, el niño habría de relatarles lo leído. Y como también le estaba permitido utilizar la sala de lectura de la casa, el chiquillo disfrutaba mucho esas tareas y cumplía con ellas a conciencia.
Aquellos primeros y placenteros años establecieron las bases para el desarrollo personal, el carácter y la buena salud de John, proporcionándole el empuje necesario para afrontar los muchos retos que más tarde le depararía la vida.
Cuando John contaba apenas cinco años sus padres lograron alcanzar el viejo y querido anhelos de tener su propia casa, alquilando una vivienda municipal en el barrio de Orlando que se había construido en los años treinta. Entretanto John continuó su formación bajo la tutela del Dr. Phelps, en la escuela regida por la American Board Mission situada en aquel barrio, y concluyó el ciclo de educación básica para luego ingresar en la Adams College de Natal, también esta una escuela progresista en la que, cuando contaba veinte años de edad, recibió su diploma de educación secundaria.
Un año más tarde murió su padre y el mundo de aquella familia se vino abajo. A poco de morir Daniel la familia se vio amenazada con perder su casa. Su viuda recibió un ultimatum por el que se le hacía saber que, o bien se hacía con un nuevo marido o entregaba de inmediato la casa alquilada al ayuntamiento. Y cuando la madre de John se negó a presentarse a la habitual práctica de - elegir un sombrero - y con ello un nuevo marido, la familia tuvo que pensar alguna otra manera de solventar la situación para poder conservar la casa. Sucedía que por aquel entonces había una tremenda escasez de alojamiento para personas solteras y el consejo municipal había legislado que las viviendas fueran asignadas exclusivamente a hombres casados. Asique encontrándose en tal aprieto, la única manera de asegurar su vivienda era que John contrajera matrimonio, sin pérdida de tiempo. Y, pese a su extrema juventud y al hecho de no contar con un empleo estable, John asumió la obligación de encontrar una mujer con quién casarse puesto que una vez casado accedería al derecho de titularidad de arriendo de la casa, en la que desde hacía tantos años vivía con su madre.
Y así fue que, para conservar la casa que le había dado su padre y para evitarle a su madre la vejación de verse obligada a contraer un matrimonio forzoso, John optó por ser él quien contrajera matrimonio, un matrimonio de conveniencia. No tuvo tiempo para preparaciones de ninguna índole, así fueran sentimentales o prácticas y ciertamente John no tuvo oportunidad de disfrutar de las alegrías de un noviazgo.
No obstante, incluso después de haberse casado, el futuro de John se vislumbraba desapacible. La familia no contaba con recursos para poder echar mano de ellos y el único sueldo que entraba en aquella casa era la miseria que John ganaba de su empleo como taxista y eso apenas llegaba a dos libras, cinco chelines al mes y de ahí había de salir el alquiler, la alimentación y demás gastos domésticos. Lo único que poseía la familia era un viejo coche Buick que había sido de Daniel.
Comprendiendo que no podrían subsistir por mucho tiempo en aquella insostenible situación, dado que la salud de la madre comenzaba a fallar, tras deliberaciones que le llevaron mucho tiempo, John llegó a la conclusión de que la única manera posible de salir de aquella situeción tan precaria sería canjear el viejo Buick por la entrada requerida para comprarse un coche de segunda mano, que él registraría como su propio taxi. Con una cierta renuencia su madre accedió a poner el plan en marcha a ver qué resultaba, aunque no depositaba en ello muchas esperanzas sabiendo, como sabía, que no contaban con más posibles para complementar el valor del canje.
Una mañana madre e hijo salieron en busca del coche idóneo que se ajustara a sus necesidades. La madre, toda vestida de riguroso luto, a remolque tras John. Visitaron varias casas dedicadas a la compraventa de coches usados sin encontrar nada que les convenciera. Pero finalmente en una de ellas los ojos de John recayeron en un coche que parecía cumplir todos los requisitos para la empresa que se proponía poner en marcha. Habló con el vendedor haciéndole saber que estaba interesado en ese coche en particular y hubo de insistir en que, efectivamente, tenía todas las intenciones de comprar aquel coche y sólo entonces el vendedor se avino a permitirles entrar en la oficina para rematar la compra. El vendedor preguntó a John <¿cuanto dejas en depósito?> a lo que John contestó seria y confiadamente. - Nada por encima del valor del Buick que aporto para el canje -.
Asombrado por tal respuesta y con los ojos desorbitados, el vendedor espetó, - Ya puedes ir olvidándote de ese coche si no entregas un depósito en efectivo -, a lo que John le respondió con la más amable de las maneras, - Señor, mire a mi madre; verá en ella a una mujer que acaba de enviudar. Yo soy el único hijo que tiene, he de mantenerla y no tengo trabajo. Ese coche me servirá de taxi y por eso ese coche es mi última esperanza. Con lo que saque de él podremos vivir y pagaré debídamente lo que dejemos a deberle a usted -.
Cuando el vendedor escuchó aquella perorata enfureció y señalando la puerta de la calle con un dedo índice tan tieso y tan junto a la cara de John que a punto estuvo de clavárselo en el ojo, gritó desaforádamente, - Joven, fuera de mi tienda inmediatamente si no quiere que llame a la policía a que les detenga ¡ a usted y a su madre ! -. Imaginaos qué sentiría la pobre mujer ante aquella amenaza.
Tranquilo y perseverante en su empoño, John insistió, - por favor señor, comprenda mi situación. Confíe en mí, déme ese coche que yo le prometo por mi honor que pagaré puntualmente los debidos plazos...- y sin terminar la frase se echó de bruces en el suelo, diciendo, - De aquí no me muevo sin el coche, no me importa si llama a la policía. Nadie me moverá de aquí > , volviendo a la carga, - ya le he dicho y le repito que pagaré todo debidamente. Pongo a mi madre por testigo. Su vida depende... - y señalando el coche, - de este coche para su sustento ! -.
Al llegar a este momento el vendedor se plantó frente a John mirándole de hito en hito, luego, preguntó, - ¿ cómo voy a confiar en tí si no te conozco ? -. John respondió con toda sencillez. - Por favor, hágalo -. Siguieron unos momentos de silencio durante los cuales parecía que el vendedor se debatía consigo mismo en su fuero interno. Luego se volvió a la madre de John, - Le doy este coche a tu hijo por tí y confío en que tú hagas que cumpla lo prometido -, - Gracias -, dijo John y sacando su carnet de conducir de su bolsillo, añadió, - mi madre y yo y este documento utilizaremos este coche en beneficio de todos, suyo y nuestro -.
Ya con el coche en su poder John fue con su madre a las oficinas de transporte urbano para matricularlo como taxi. También allí y ante los oficiales de tráfico, John montó la misma escena que había representado frente al vendedor de coches, recitando para ellos serena y claramente la historia de la muerte de su padre, del desamparo en que había quedado, de la mala salud de su madre, su propia condición de desempleado y su matrimonio de conveniencia. Alegó que por todas esas razones tenía que ganar un jornal y que también, cómo no, tendría que cumplir con los plazos del coche. Al final consiguió la licencia para el taxi.
Guardó su promesa. Desde el momento en que puso el taxi a funcionar comenzó a cumplir con los plazos estipulados de 100 libras mensuales. A los seis meses y, ante la grata sorpresa del vendedor, había pagado el coche y ya no le fue dificil negociar con ese vendedor la compra de un segundo coche.
La empresa de John permitió a su familia vivir holgadamente, pero al cabo de unos años él comenzó a sentir que había llegado a un callejón sin salida y lo corroía la frustración de no haber terminado unos estudios que le hubieran abierto las puertas para acceder a un oficio más interesante y mejor remunerado. La restrictiva e injusta legislación implantada por el gobierno, e implementada por las autoridades municipales, había dejado huella en cada uno de los miembros de esa familia. Y esa huella le atormentó hasta que finalmente un día se planteó el reto de asistir a jóvenes estudiantes negros para la utilización de la informática y con ello intentar contribuir a que esos jóvenes tuvieran mejores prespectivas de empleo en el futuro.
texto 8 Fernán CaballeroUn sermón bajo naranjos publicado en web cervantes virtual ; ( https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/un-sermon-bajo-naranjos--0/html/dcb1ac74-2dc6-11e2-b417-000475f5bda5_2.html#I_0_ );
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Un sermón bajo naranjos
( iNTRO ) La señorita Luisa Gourand da a luz en París, un excelente periódico titulado: Journal des jeunes personnes (Periódico de las jóvenes); y deseando avalorarlo con una producción del distinguido y erudito literato Mr. de Latour, que de largo tiempo atrás tiene consagrada su docta pluma y la gracia y elegancia de su estilo a dar a conocer en Francia bajo su más bella faz las cosas de nuestra España, ha obtenido de éste el artículo que a continuación traducimos, seguros del interés general con que será leído, por abrazar tantas cosas dignas de ser tenidas en cuenta, y que el autor pone a la vista con la benevolencia, estudio y poesía que distinguen a todos sus escritos, en los cuales rebusca con marcada preferencia para presentarlas al público francés, las humildes y santas violetas que suele pasar por alto la fama.

«Lleváis, señora, a veces a vuestras jóvenes lectoras al gran mundo y la sociedad; permitidme que yo las conduzca a oír un sermón. Pero no hay en esto nada que pueda causar recelo ni aun a las más jóvenes, porque se trata de un sermón predicado en un patio, al aire libre, bajo la sombra de naranjos, ante pobres niños; siendo los demás que componen el auditorio admitidos, pero no llamados. La misma voz que bajo los olivos de Palestina decía con tan tierno acento: "dejad venid los niños a mí" repite aun las mismas palabras después de cerca de dos mil años, bajo los naranjos de Andalucía. Algún día, cuando España haya concluido sus caminos de hierro, que serán una seducción más que ofrecer a la legítima curiosidad de los viajeros, muchas de vuestras abonadas, que serán entonces graves madres de familia, vendrán quizás a sentarse al pie de este púlpito de los huérfanos; pero entretanto, vengan a acompañarme a él con el pensamiento: »La catedral de Sevilla en su forma actual es muy posterior a la época en que los moros fueron expulsados de España, empero así como algo de las costumbres árabes ha permanecido entre los moradores del Mediodía de España, también el arte árabe ha dejado huellas en los monumentos erigidos por la fe cristiana. Aquí, no osbtante, hallamos más que involuntarias reminiscencias; dígalo en primer lugar la maravillosa Giralda; mucho más antigua que la catedral, cuya solemne sonora voz esparce por los aires y a la cual no tiene el Oriente más recóndito nada que se le pueda preferir. Díganlo además los grandes trozos de muros de la antigua mezquita embutidos en el recinto a que me propongo conduciros. »Son también de usanza oriental los grandes patios que forman parte de los edificios religiosos. La catedral de Córdoba, tiene el suyo, con su fuente rodeada de sicomoros, de naranjos y cipreses. Las sinagogas de Toledo tienen también los suyos, pero, sólo con pozos y sin naranjos, que no podrían prevalecer en aquel clima. »En Sevilla este patio es del tamaño de la antigua mezquita cuya área ocupa. Es un cuadrilátero de unos 450 pies de largo por 350 de ancho. En el centro tiene una ancha fuente cuya doble mar no carece de elegancia, y cuyo perenne murmullo concuerda perfectamente con el perfume del azahar. »Tiene este patio tres distintas puertas de entrada. La principal se denomina del Perdón. La puerta, que es muy bella y redondeada por arriba a manera de herradura, fue hecha por árabes cautivos, por orden del Rey Alfonso XI en memoria de la batalla del Salado. Ambas hojas de esta puerta pertenecieron a la mezquita, así como las planchas de cobre cinceladas de que están cubiertas. Sobre la puerta hay un hermoso bajo relieve de barro cocido, y a cada lado de la entrada las estatuas en pie de San Pedro y San Pablo, el uno con las llaves, el otro con la espada. Vese, pues, que a pesar de haber permanecido la puerta musulmana en cuanto a su forma y su materia, es cristiana, y abre a los fieles el dominio de Jesucristo. »Entremos. Bajo la bóveda de la puerta, a la izquierda se fija la vista en una cabeza del Señor, puesta en una capilla de mármol, ante la cual arde perennemente una lámpara. Entre esta capilla y una concha de agua bendita que se hace nocesario llenar constantemente, algunas personas devotas oran, y algunos mendigos imploran la caridad. Forma esto un cuadro de los que Schetz se complace y sobresale en pintar, y yo me figuro que Murillo al pasar por este sitio estuvo más de una vez tentando de reproducirlo en sus lienzos. La leyenda de este Ecce-Homo debe ser curiosa y conmovedora, pero aún no me ha sido posible averiguarla. Su advocación por sí sola es la del Señor del Perdón. ¿No es una dulce leyenda? Basta a lo menos, para explicar y motivar el nombre de la puerta. »Pero existe otra etimología. Las gentes ancianas de Sevilla me han referido, que en otros tiempos, aquellos que eran condenados a la pena infamante de azotes, iban montados en un asno y acompañados del verdugo y sus ayudantes por las calles de la ciudad. En determinadas encrucijadas se paraba el séquito; el escribano leía en recia voz la sentencia y el verdugo aplicaba el castigo en las espaldas del delincuente, hecho lo cual, volvíase a emprender la marcha hasta llegar a otro de los sitios designados. Una delicada razón de conveniencia hacía que se evitase de pasar por delante de las iglesias. Pero acaeció en una ocasión, no sé cómo, que la triste comitiva vino a desembocar por una estrecha calle que desde las gradas de la Catedral comunica con la plaza en que se halla la Audiencia, ante la puerta del patio de la Catedral. Hallábanse casualmente en ella varios canónigos. El reo al verlos, exclamó misericordia, y estos señores intervinieron en nombre del sagrado de la Santa Iglesia, que amplió algo la caridad, así de los que para el pobre reo la pedían, como de los que concedieron el perdón, por lo cual quedó este dulce nombre a la puerta y al Señor, en cuyo nombre se pidió. »Al hallarse bajo aquellos naranjos, se siente una calma benéfica, a la que la perspectiva que se presenta añade una impresión religiosa. »El primer objeto que llama la atención, estando en el patio, es la Giralda que le domina. El púlpito se halla en su mismo lado, es decir, al Levante; es de mármol y se apoya en la pared de la sala en que está la preciosa biblioteca reunida por el hijo de Cristóbal Colón, y donada por él a la ciudad de Sevilla. El hallarse esta en el recinto de la catedral ¿no prueba acaso que nada tiene que temer la religión del verdadero saber, y que antes es ella quien comunica a éste elevación y resplandor, en cambio de la solidez que de él recibe? »Sobre el púlpito sujeto al muro, está el velarium o batidor destinado a resguardar de los rayos del sol al predicador, y a la primera fila del auditorio, esto es, a los niños. La caridad que les ha dado asilo, cuida de ellos como una madre. Estamos todavía en 17 de marzo, y ya nos anuncian los naranjos en flor que la llegada de la primavera ha puesto la savia en movimiento. »Poco a poco se va reuniendo el auditorio, aun se hallan vacíos los bancos donde han de sentarse los huérfanos y que forman un cuadro al frente del púlpito alfombrado con un tapiz, cuyo centro ocupan todos los años el Cardenal arzobispo y SS. AA. RR. la hermana de la Reina de España y sus augustos esposos e hijos, cuando se encuentran en Sevilla. »Puesto que tenemos tiempo y ocasión, veamos lo que está grabado en esta lápida de mármol colocada a espaldas del púlpito: -Aquí han predicado San Vicente Ferrer, San Francisco de Borja, San J. de Ávila, el venerable Fernando Contreras y D. Fernando de Mata. -Este es el libro de oro del púlpito del patio de los Naranjos; ahora daré algunos pormenores sobre cada uno de estos nombres. »De estos venerables varones pertenecen cuatro al Mediodía de España, y de los más célebres será de los que menos hablaré. »San Vicente Ferrer es el apóstol de Valencia; ¡cuántas santas leyendas podría referir de su vida! Pero me ceñiré a decir que nacido en 1357, sembró con mano pródiga la semilla del Evangelio en Inglaterra, Alemania y Francia. Falleció en Bretaña, y dio su último suspiro en Vannes, en 1419. »San Francisco de Borja es también hijo de la poética Valencia, en donde nació en 1500. Era Marqués de Lombay, Duque de Gandía, y fue Virrey de Cataluña, muriendo en 1572, de General de la Compañía de Jesús. Su vida es toda una novela, y tiene grande analogía con la del abate Rancé; como éste había merecido tener, el desengañado prócer, a un Chateaubriand por biógrafo. He visto una estatua muy expresiva de este Santo en la Universidad de Sevilla. Preguntad a aquella efigie de un hombre extenuado por el ayuno y las austeridades, que nombre llevó éste en la corte de Carlos V, y os responderá: "me llamo Penitencia". »San Juan de Ávila había nacido en 1502, en las cercanías de Toledo, en Almodóvar del Campo, pero a pesar de eso, llámasele el Apóstol de Andalucía. Escritor místico de un mérito singular, existen obras suyas que hacen autoridad, pero en cuanto a sus sermones, no queda sino la memoria de los maravillosos frutos que en las almas produjeron. Murió en Priego en 1569. »Fernando de Mata había nacido en Sevilla en 1554, y en ella murió en 1612. Predicador habitual del Sagrario de la Catedral, que forma uno de los costados del patio a que os he conducido, se puede decir que no salía de su casa para subir al púlpito del patio de los Naranjos. Su vida ha dejado en la memoria de los hombres una estela dulce y luminosa, y paréceme que a su alma placerá vagar aun por las cercanías de ese púlpito, y sorprender entre aquellos naranjos el eco de sus palabras de otros tiempos. »Contreras consagró su vida a la redención de niños cristianos cautivos de infieles, a punto de que debía habérsele constituido en amado patrono de las jóvenes generaciones, que cada año en semejante día se agolpan a los pies del púlpito. D. Fernando Contreras nació en Sevilla en 1470, de familia distinguida, pero escasa de fortuna: desde su infancia dio muestras de sus felices disposiciones, una inclinación decidida al trabajo y al bien, de mucha modestia y de una gran dulzura de carácter. A los diez y seis años después de haberse consultado a sí propio, y haber orado mucho, resolvió seguir la carrera eclesiástica, y se entregó con ardor al estudio de la Teología; no gastó desde entonces sino vestidos bastos y eligió en la casa paterna un lugar retirado, que constituyó en ermita, y en el que no quiso tolerar sino un jergón, una mesa, una silla, algunos libros y la imagen del Santo de su especial devoción. Tenía por todo recurso un beneficio pequeño que le ayudó a ordenarse; pero una vez recibido sacerdote, renunció a él para vivir en la pobreza evangélica. Los ocios que le dejaba su santo ministerio, los empleaba en visitarlos hospitales y en consolar a los enfermos. Padeciendo Sevilla en 1505 una grande hambre, se constituyó en demandante de los pobres, y habiendo la miseria traído la peste, se contituyó en enfermero de los contagiados. Tan intrépido para arrostrar el contagio, como lo había sido para arrostrar la avaricia de los vivos, enterraba a menudo a los que no había podido arrancar a la muerte. El Arzobispo de Sevilla creyó deber recompensar tanto celo y abnegación, dándole un beneficio: -Señor, repuso aquel santo varón, ¿en qué he podido ofender a V. I. para que me quiera dar un beneficio? »En 1511, el Cardenal Cisneros lo llamó a la gran Universidad de Alcalá de Henares, que acababa de establecer. Allá empezó a ejercer la predicación, y tuvo la insigne honra de contraer amistad con el que había de llegar a ser Santo Tomás de Villanueva. »Salió de Alcalá para dedicarse a secundar las caritativas miras de Doña Teresa Enríquez, duquesa de Maqueda, que había erigido recientemente en Torrijos, a cuatro leguas de Toledo, la colegiata que aún hoy día se admira allí. Pero el principal objeto de la caridad de esta ilustre señora, era la redención de los niños cautivos de moros. Asociando a D. Fernando Contreras a esa generosa obra, iba al encuentro de su verdadera vocación. Pero para dar más autoridad a su celo, le facilitó los medios de tomar el grado de doctor. D. Fernando, para prepararse a sus lejanas empresas, regresó a Sevilla, que era aun por entonces el punto de partida de todas las expediciones marítimas: y empezó por establecerse (fijarse), en el hospital de Santa Marta, y después en una casa pequeña, cercana a una de las puertas de la ciudad, que pudiéramos ver desde aquí, a no impedirlo las paredes, y que se llama puerta del Arenal. »Era esto en el año de 1526, y no pudiendo aún embarcarse, el Padre aprovechó esta demora para fundar un colegio en el que tomó a su cargo la enseñanza del canto llano, la Gramática, Bellas letras y la Teología. Hubiérase dicho que con anticipación preparaba un asilo a los niños que había de ir a traer de tan lejos. »Próximamente por aquella época pasó por Sevilla, para ir a América, San Juan de Ávila, del que anteriormente hemos hecho mención. El Padre Contreras consiguió retenerle en España, y Andalucía le debió así su apóstol. »Estando todo corriente para su primera expedición dio vela con destino a Argel. Allí le esperaba todo género de dificultades, pero el cielo le concedió ocasión de captarse la buena voluntad de los moros. Desde cuatro años antes afligía una gran sequía a aquel país, y los ruegos de este varón santo hizo descender sobre la tierra abrasada una lluvia benéfica. En el primer arrebato de alegría le regaló el rey treinta niños cristianos; los cortesanos imitaron la liberalidad de su Señor, y unidas estas liberalidades a los medios pecuniarios que había traído de España pudo en breve el generoso misionero reunir trescientos niños. ¡Considérese, pues, la acogida que hallaría al regresar a Sevilla! »El buen resultado de este primer viaje le animó a emprender otro en 1533. Asaltóle un temporal a la vista del puerto, pero bastó colocar su báculo sobre el timón para alejar el peligro. Los argelinos habían tenido tiempo sobrado para olvidar el benéfico milagro que abrió los cerrojos de sus mazmorras a tantos pobres niños, y el Padre Contreras no tenía bastante dinero para rescatar todos los que había deseado traerse consigo. Entregáronle bajo la fianza de su palabra alguna parte, y dejó su báculo en rehenes; verdad es que aquel báculo acababa de hacer un milagro, pero el milagro que me parece impresionaría más a los moros sería la caridad del negociador. »Su vuelta no causó esta vez menos entusiasmo en Sevilla que la primera cuando le vieron arrodillarse con todos los niños que traía y que le debían más que la libertad, ante la célebre imagen de la Virgen de la Antigua. Este entusiasmo le proporcionó en breve poder rescatar el báculo dejado en rehenes a los infieles. »Como dos viajes consecutivos habían debido dejar exhautas las mazmorras de Argel, el tercero fue con destino a Túnez. Apenas se había embarcado el Padre Contreras con sus queridos rescatados, cuando de repente se vio rodeada su embarcación por siete cárabos de piratas; pero una nube espesa cubrió la embarcación y ocultó a los cristianos a la vista de sus enemigos. Cuando la nube se disipó estaba libre el mar de piratas. »Por cuarta vez se puso el siervo de Dios en campaña yendo a Tetuán y Fez. Volvió a Sevilla en 1536 habiendo por milagro escapado a una tempestad, que no fue parte a inspirarle temor al mar ni a hacerle desistir de sus valerosas empresas. »Había permanecido fiel a su hospital de Santa Marta, pero habiendo hallado ahora un establo en las cercanías se estableció en él, sin duda y en memoria del de Belén. Colocó en el pesebre su pobre jergón. »El cabildo intentó inútilmente proporcionarle un albergue menos humilde, sólo pudo lograr que se preservase de los rigores de la intemperie el que había elegido el mismo venerable. »Tres años después volvió a emprender el viaje a Fez, del que regresó con éxito igual a los anteriores, pero el recuerdo de los niños que no había podido rescatar lo abrumaba como un remordimiento, y para aumentar sus recursos fue a mendigarlos a Castilla. El Cardenal Tavera, el mismo que labró el magnífico hospicio que se halla en la entrada de Toledo, le dio medios para emprender el sexto viaje. Le hallamos, pues, en Ceuta y de allí caminando a Tetuán. Pero habiéndole, como siempre, faltado el dinero, y no inspirando confianza su báculo, a pesar de no haber defraudado nunca la de nadie, se dio a sí mismo en rehenes. Pero no salió la cuenta a los infieles, pues cada día de la generosa cautividad de este insigne varón, que duró algunos años, fue señalado con alguna conversión de moros o de judíos. »Cesó por fin en 1546 en que regresó a Sevilla, y como si se hubiese echado en cara entrar solo, trajo consigo tantos rescatados como las veces anteriores. Ya se había perdido allí la esperanza de volver a verlo y se le empezaba a contar entre los mártires, cuando se le vio llegar tan sereno cual si hubiera salido el día antes, pero con ese no sé qué de celestial que da el sentimiento de una santa victoria obtenida a costa de grandes sacrificios. »La noticia de esa inesperada vuelta conmovió al mismo Carlos V, que nombró al Padre Contreras para la vacante del obispado de Guadix. El recién electo bien hubiera querido contestar al Emperador lo que respondió había cuarenta años antes al arzobispo de Sevilla. ¿En qué he podido ofender a V. M. que me nombra obispo? Pero se contentó con dimitir esta honra. »No creyó que su avanzada edad le dispensaba de la heroica tarea que se había impuesto, y emprendió por séptima y última vez su peregrinación a Argel, en donde quedó de nuevo su báculo en rehenes de una suma de 3,000 ducados. Apenas regresó a Sevilla cuando se apresuró a volver a su humilde albergue con el presentimiento de que no volvería a salir de él. »No quiso cuidados ni más alimento que la pobre pitanza que el hospicio de Santa Marta acostumbraba proporcionar a los eclesiásticos indigentes. »El obispado de Guadix estaba aún vacante, y el Emperador encargó al Príncipe D. Felipe que lo ofreciera de nuevo, al que ya en otra ocasión lo había rehusado. El Padre Contreras se mantuvo un su negativa; sentía que sería para él un título vano. Agobiado bajo el peso de su cuerpo miserable que tantos combates había llevado, cayó sobre el pobre lecho en que dormía desde tantos años para no volver a levantarse. La Duquesa de Alcalá, que sentía por él una tierna veneración, le envió una cama menos mala, pero no le pareció que valía la pena de trasladarse a ella, e hizo llevar este regalo de una mano tan querida al hospital de las Tablas. El mismo camino tomaron los alimentos delicados que de todas partes le fueron enviados. Sintiendo su fin acercarse empezó por disponer con prudencia de sus bienes, en favor de la redención de cautivos, pidiendo para sí mismo un favor: el de ser enterrado en la fosa en que se enterraban los ajusticiados. El 17 de febrero de 1548, entregó tranquilamente su alma a Dios, asistido por dos obispos que desearon hacerlo hasta el último instante. El uno, por una feliz casualidad, era el obispo de Marruecos1. ¡Qué de recuerdos tenía para él este título! ¡Recuerdos que debieron llenar de confianza al enfermo sobre la salvación de su alma! »El día que murió D. Fernando Contreras, las campanas de la Catedral sonaron solas, y todo Sevilla acudió con demostraciones del mayor dolor a la puerta de aquel pobre casucho en que había muerto un bienaventurado. ¡Cuántos entre aquella muchedumbre debían la vuelta de un hijo querido robado por los moros! ¡Cuántos el hallarse en el seno de su familia, que no habían pensado el volver a ver jamás! »Las duquesas de Alcalá y de Béjar, se honraron en amortajar con sus propias manos el pobre cuerpo que había conservado tan heroica alma. Al tratarse de fijar el sitio de su sepultura, fue grande la incertidumbre; pero cuando el cabildo estaba discutiendo el caso, se apareció un hermoso niño en medio de los canónigos, como en otro tiempo entre los doctores, y dirigiéndoles la palabra con aquella modesta firmeza que tanto había impuesto a los sabios en el Templo, les hizo seña de que le siguiesen, y deteniéndose a la entrada del coro dijo: "Aquí es donde quiere Dios que sea enterrado" y desapareció. El cielo se había complacido en dar a su mensajero la figura y edad de aquellos a quienes el que acababa de morir había consagrado toda su vida. »Todas cuantas personas elevadas y santas encerraba entonces Sevilla, se apresuraron a acudir a su entierro. El pueblo demostró a su manera su veneración por el siervo de Dios, disputándose girones de sus vestidos. El obispo de Marruecos predicó el sermón en sus honras. He aquí el último rasgo de esta santa vida, toda consagrada a la infancia; D. Fernando Contreras es autor de un catecismo. »Repetidas veces se ha instado a la Santa Sede, para que ponga el sello a la santidad de esta dulce y venerable memoria. »Un primer decreto fue expedido favorablemente, y en ello ha quedado la beatificación. Acaso desde el cielo, el humilde solitario de Santa Marta dice al Pontífice. "Padre Santo, ¿en qué os he ofendido para que me queráis poner entre los Santos?" »Entretanto, la gente se ha ido apiñando alrededor de este púlpito, esclarecido por tantos gloriosos apóstoles; mas sin que vengan los niños del Hospicio, no subirá el orador al púlpito. Fórmanse, mientras, grupos alrededor de la fuente. Cada naranjo se hace el centro de una pequeña tertulia, al propio tiempo que otros pasean solitarios fumando su cigarro. Alguno que otro extranjero va de grupo en grupo mirándolos con extrañeza. Este espectáculo de religión al aire libre, cuando en otros países parece que teme salir de sus templos, les da que pensar. Es cosa aquí tan natural, todos tienen un continente tan sencillo, que no se pensaría que aguardaban una solemnidad, si en las ventanas ogivales de los cuerpos su perpuestos de la Giralda, no se viera asomar cabezas que denotan aguardar otra cosa, que no la vista de aquella reunión animada sin bulla, recogida sin afectación. »Pero ya suenan a lo lejos voces infantiles. En el umbral de la puerta del Perdón, aparece una Cruz de plata rodeada de faroles en que arden cirios. »Las gentes abren paso con apresuramiento simpático, y en la estrecha senda que abre se ve entrar de dos en dos a los niños del Hospicio de San Luis, cantando salmos o el Rosario conducidos por sacerdotes, y a las niñas del de Santa Isabel que lo son por Hermanas de la Caridad. Los vestidos de unos y otros son limpios y adecuados, sus semblantes revelan alegría y salud. Estos pobres niños que sólo se encuentran en esta ocasión, se miran con cándida simpatía, pues sienten indefiniblemente que pertenecen a una misma familia, la de los desheredados, recogidos por la caridad. »A medida que se van colocando detrás de las autoridades civiles y eclesiásticas, que son su providencia en este mundo, las gentes enmudecen y se acercan. El cuadro de género (o de costumbres) que antes se presentaba, y que por la originalidad de los trajes, la viveza de los colores, la variedad de actitudes, distraía agradablemente el tiempo de espera, toma al concentrarse otro carácter y se convierte en cuadro religioso, cuya belleza resulta de la unanimidad y de la expresión moral, que es la de una fe serena y segura de sí. Todas las miradas se dirigen al púlpito no se lee sino un solo pensamiento en aquellas descubiertas frentes. »Sube el orador al púlpito. -Se pregunta en voz baja quién es; oigo responder a mi lado que es un Padre de la Compañía de Jesús, encargado de la dirección de la enseñanza religiosa en el Hospicio. "Es el padre Esclapés" dice uno. "Yo creí que estaba en Utrera, en donde predicaba el Septenario de Dolores. -Estaba allí hace media hora, observó otro; aguardábalo un coche en la estación del ferrocarril para traerlo aquí, y el mismo coche aguarda que haya concluido el sermón para volverlo a llevar a la Estación". Eran gente del pueblo los que así hablaban porque en España el pueblo se interesa en los mas mínimos pormenores de las cosas religiosas. "Hubiera querido que fuese el Padre Medina, dijo un tercer interlocutor. -El Padre Medina acaba de hacer unos ejercicios en el Ángel, y está muy fatigado". Esto decía una mujer que en seguida añadió: "Escuchemos al Padre Esclapés, y no echaremos de menos a ningún otro". Estas razones a que involuntariamente prestaba atención, me impidieron oír el texto del predicador, que me pareció de mediana edad, de continente severo sin tiesura, y de un timbre de voz tal, que sin esforzarla llegaba a oídos de la mayor parte del auditorio. Su discurso fue como un resumen de todo el cristianismo por el analísis sencillo y animado de los mandamientos de Dios, y teniendo presente el orador que se dirigía a ánimas juveniles, que era necesario tanto convencer como conmover, presentó el fin de un célebre incrédulo incorporándose en su lecho de muerte para dejar en herencia a su hijo que quedaba huérfano, a falta del buen ejemplo de su vida, la gran amonestación de su muerte. »Hubo entonces un bello y solemne momento. Aquel en que al excitar el orador a sus oyentes a pedir a Dios perseverancia en nuestra santa fe y resignación, se arrodilló espontáneamente todo el auditorio bajo los naranjos, y unió su oración a la del sacerdote. Cuando nos pusimos de pie, el púlpito estaba vacío, y los niños emprendían la vuelta a sus Hospicios en el mismo orden, y con los mismos cantos que traían a la venida. »Cada vez que asisto bajo este cielo esplendente a alguna de estas solemnidades religiosas populares, admiro más y más la portentosa flexibilidad con que sabe el catolicismo apoderarse de todas las armonías de la naturaleza. Austero en el Norte, adquiriendo en el Mediodía una poesía dulce y amena, en todas partes dueño de los espíritus y realmente universal, toma para abrirse camino el medio que conduce seguramente a ellos».
texto 9 Ángel Vázquez ed. Planeta / Barcelona / 1962 / p.9-10 de 259. Se enciende y se apaga una luz Isabel no llega a guardar cama. En pocas semanas se queda como un hilo. Parece más alta. Cuando se ve reflejada en el cristal de un espejo, se acuerda de su viaje de novios, con Julio, por Italia y Francia. Desde entonces no ha vuelto a salir de la ciudad.------
texto 10 Jose Ángel Valente El fin de la edad de plata ; ed. Tusquéts / Barcelona / 1973 / p.65 de 160. El ala El visitante había entrado. No podía decirse que hubiera habido error. Pero el hombre no lo conocía; estaba seguro. A lo más que podía llegar era a identificarlocomo a una de ess personas de las que se tiene la impresión falsa, a sabiendas, de haberlas visto en alguna parte otra vez. Pero estaba seguro de no haberlo visto antes. Tampoco ahora podía decir que lo hubiese visto por entero. Era, para materializar de algún modo la huidiza imagen, como si el inopinado personaje hubiese acertado a mantenerse ofreciendo exclusivamente el perfil. La escena resultó, por su misma rapidez, embarazosa para él, aunque jo para el visitante que parecía desenvolverse con soltura y naturalidad.
No recordaba qué había dicho el recién llegado cuando él abrió la puerta, después de haber sonado el timbre con insistencia bastante como para hacer suponer una presencia familiar. Por eso le produjo perplejidad encontrarse al abrir con un desconocido, aunque debía confesar que el recién llegado no le pareció totalmente desconocido, y esa misma ambigüedad de su reacción le impidió prestar atención verdadera a las palabras de aquél. ¿Pronunció realmente su nombre? ¿Qué quería? Claro que él no preguntó qué quería. Tal y como sucedieron las cosas habría sido brusco o manifiestamente descortés. Hubo a todas luces el supuesto tácito de un reconocimiento o una presentación. No podía precisarlo. Algo así tuvo que ocurrir para no haber violencia en la entrada ni en la corta visita ni en la salutación ni en el adiós. Pero ¿a qué había venido entonces?
La figura del visitante era alargada y suave, eso sí podía recordar. Parecía estúpido que un minuto después una escena probablemente falta de sentido se resistiese a su reconstrucción. Acaso – pensó – por esa misma falta de sentido. Podría haber sido un propagandista religioso o un agente de seguros o cualquera de los infinitos seres ante los que desarrollamos defensivamente una sordera entre egoista y cruel. Tal vez todo había sido un simple error. El visitante – eso sí recordaba – se desenvolvía sin violencia ni brusquedad, pero con precición. Se preguntó por qué él mismo no había tratado de hablar o de dilatar con algún pretexto lo hablado para indagar la causa, la razón. Tampoco era ésa una pregunta lógica, pues no había habido en rigor contexto oral, sino un torpe esfuerzo, por su parte, de identificación y las aclaraciones del visitante, asaco en otra lengua, que no conseguía ahora recomponer.
De pronto la escena pareció borrarse. Mejor, pensó. Como si nunca hubiera tenido lugar. Hizo un último esfuerzo sobrehumano para desprender aquel objeto de doble filo, curvo y delgado como ala o alfanje, que se le hundía en el pecho con implacable suavidad. Luego dejó caer pesadamente la cabeza en la alfombra cruenta donde su cuerpo yacía y expiró.
texto 11 Jose Ángel Valente El fin de la edad de plata ; ed. Tusquéts / Barcelona / 1973 / p.113 de 160. Del fabuloso efecto de las causas Las causas no engendraron sus efectos sino otras causas, y así. Los efectos, a su vez, se reunieron y las vieron volar en la distancia. Después, regocijados, fabricaron más causas, unas rojas, otras verdes, azules, amarillas. Las dejaron volar desde las plazas en el ambiguo aire de la tarde. Unas se desinflaron y cayeron. Otras, solemnes, súbitas, serenas, se cobijaron en la eternidad. Los efectos, indemnes, aplaudieron. El espectáculo al fin era perfecto, pues ninguno podía distinguir las causas que ellos mismos fabricaran de las que acaso ya estuviesen allí desde otro tiempo, más arriba tal vez del principio del tiempo, cuando el juego - pensaron - había comenzado.
texto 12 Manuel Gutierrez Nájera Carta de un suicida ; F C E / méxico / ???? / p. 95. Carta de un suicida Hoy que está de moda levantar las tapas de los ataudes, abrir o romper las puertas de las casas ajenas, meter la mano en el bolsillo de un secreto, como el ratero en el bolsillo del reloj, ser confesor laico de todo el mundo y violar el sigilo de confesión, tomar públicamente y como honra la profesión de espía y de delator, leer las cartas que no van dirigidas a uno y no solo leerlas, sino publicarlas, ser en suma reporter indiscreto, nadie tomará a mal que yo publique, callando el nombre del signatario por un exceso candoroso de pudor, por arcaísmo, la carta de un suicida que en nada se pareció a los desgraciados de quienes la prensa ha hablado últimamente. Leía hace pocas noches, en la gacetilla arlequinesca de un periódico, la noticia de un suicidio recientemente acaecido. El párrafo en el que se daba cuenta del suceso desgraciado, mueve con descaro las campanillas del bufón; refiere aquel suicidio con la pluma coqueta y juguetona que se empleó poco antes para referir una cena escandalosa o una aventura galante de la corte; habla de la muerte con el mismo donaire que usaría para describir en la crónica de un baile, el traje blanco de la señora X. Trátase de un joven que en primer día de camino, se postra de fatiga y arroja con desdén el bordón que le ha servido; de una madre que llora sin consuelo, mirando vacío en el hogar el hueco, aún tibio, que ocupaba su hijo; y todo esto se refiere sencilla y alegremente , con la sonrrisa en los labios, saboreando el delgado cigarrillo que se ha encendido para salir del teatro. Esta nerviosa carcajada, que no es la de Lucrecio al mofarse con ira de sus antiguos dioses; que no es la de Lord Byron al sentir rodeado su espíritu por los anillos recios de las víboras que devoraban el cuerpo de Laoconte; que no es la de Gilbert al acercarse, circuido de rosas, a la tumba, que no puede compararse a nada de porque no la engendra ni el dolor, ni la duda, ni el excepticismo; me parecía la risotada de un imbecil ante la fosa llena de cadáveres. Y apartando de mim vista la hoja impresa, recordé con repugnancia el Decámeron de Boccaccio, apareciendo en los días de la peste de Florencia. En el monólogo de Hamlet, que es un precioso dato sobre la idea del suicidio en el siglo xvi, se perciben claramente los terrores de la duda. Hoy al abrirse las puertas de la etennidad, no se pregunta nadie cuál podré ser el sueño de la tumba. Se muere con la sonrisa en los labios, paladeando las gacetillas románticas y almibaradas en que se dará cuenta el público del acontecimiento. Nuestro moderno Hamlet, después de almorzar suculentamente, no formula el to be or not to be; toma el veneno, y si es franco, si es sincero, escribe a algún amigo una carta, como ésta que yo guardo en el más secreto cajón de mi bufete:
texto 13 Manuel Gutierrez Nájera Carta de un suicida ; F C E / méxico / 1958 ( 1987 ) / p. 96. Caballero: Voy a matarme porque no tengo una sola moneda en mi bolsillo, ni una sola idea en mi cabeza. El hombre no es más que un saco de carne que debe llenarse con dineros. Cuando el saco está vacío, no sirve para nada.
Hace mucho tiempo, cuando yo tenía quince años, cuando temblaba al escuchar el estampido de los rayos, creía en dios. Mi madre vivía aún, y por las noches, antes de acostarme, hacía que de rodillas en mi lecho, le rezara a la virgen. Perdone usted que las líneas anteriores casi vayan borradas: cuando pienso en mi madre, las lágrimas se salen de los ojos.
Todavía me parece estar mirando la ceremonia de mi primera comunión. Muchoa días me había estado preparando para este solemne acto. Yo iba por las noches a la celda de un sacerdote anciano que me adoctrinaba. ¡Cuán pueriles temores solían asaltar mi pobre pensamiento en esas noches ! Puedo asegurar que mi conciencia era una página blanca, y sin embargo, la idea de comulgar me aterrorizaba. Al salir por el claustro silencioso, solo alumbrado a trechos por una que otra agonizante lamparilla, andando de puntillas para no oir el eco de mis pasos, se me figuraba que se me figuraba que las formas gigantes de prelados y monjes, desprendidas de los enormes lienzos de la pared, iban a perseguirme, arrastrando pesadamente sus mantos y sotanas. Una noche - la noche que me confesé - todos estos delirios de una imaginación enferma, desaparecieron: salí regocijado de la celda como llevando el cielo en mi espíritu. Ahí estaban los prelados con sus mitras, y los monjes, ceñida la correa, calada la capucha, inmóviles y mudos en los cuadros colosales del gran claustro; pero en vez de perseguirme con adusto ceño, me sonreían al paso cariñosamente. ¡ Qué blanda noche aquella ! Al amanecer del día siguiente me llegué a imaginar que las campanas repicaban el alba dentro de mi pecho. Parece imposible, caballero, que una superstición y una mentira puedan hacer felices a los hombres.
Hoy me hallo a diez mil leguas de aquel día. Durante este paréntesis obscuro, me he dedicado con empeño y con ahinco a estudiar el gran libro de la ciencia. Como una dama después del baile, en el misterio de su tocador, iluminado por la discreta luz de sonrosada veladora, se despoja de sus adornos y sus joyas, así me he desvestido de las sencillas creencias de mi infancia.
texto 14 tripolar.estripolar.es ; web / 2023 ; ed. tripolar.espoesía 23
Lloviendo desde las 22horas, desde ayer
No cabe más agua junto a mí,
Le he construido un charquito
a la agua cerca del colchón,
Que pueda ver, mientras duermo
La crecida de lluvia y tenga,
Tiempo suficiente de regresar
a por las gafas de leer
TE.
texto 15 Hocicoautor: Eric Garcia (aka Erk Aicrag) and Oscar Mayorga (aka Racso Agroyam) ; outOFline RECORDS / 2003 ; ed. out of line recordsRuptura
Inmaculado silencio de dios
Queriendomé entender
Desquiciado silencio interior
Buscándomé en el ayer
-
Alterados por vivir
Yo sé lo que quieren de mí
Nada cambia mi convicción
Rompo lo qué
yo quiero al fin
-
Sin detenerme escupo tu fe
Tú no existes más
siente el desprecio
Miramé
Tu vida quedó atrás
-
Ruptura interior
Me alejo ahora
¡ Sin dolor !
Ruptura en mí
Ya no importa nada
¡ Ha sido así !
-
No busco acuerdos
¡ No busco paz !
En contra así nací
Niego creencias
¡ Y a los demás !
Auguro que vencí.

editado con / en :::: HAPedit 3.1.11.111 / -